lunes, 26 de octubre de 2009

Hoy, la gran cita


Hoy es el gran día. Finalmente llegó el ansiado momento. Ése que fue sufridamente esperado por miles y miles de personas, más bien de fanáticos. Son las 8 y 20 de la mañana del miércoles, no cualquier miércoles, sino uno totalmente distinto; el más ansiado de todos si se quiere y que, afortunadamente llegó, algo que parecía tan lejano. Algún día iba a llegar, tenía que llegar... Y sí, ¡es hoy! Hoy a las 21 me esperan en casa, en mi hogar, después de deambular tres años por otros pagos me volvieron a abrir las puertas. Sé que no puedo llegar tarde a la cita, no puedo fallar, sobre todo a ésta cita, porque es una de las más importantes en mi vida. No es ninguna chica del boliche del viernes que viene a casa por primera vez, menos que menos una saliente, todo lo contrario. Es eso que me hace acelerar las palpitaciones del corazón cada vez que intercambiamos miradas; cada domingo. Ese que ya me guardó mi lugar, el de siempre en su hogar, mi hogar, el de ambos. Aquel en el que hemos pasado gratos y tristes momentos y fuera cual fuera la posición,(aunque sea la más angustiante) no me lo va a quitar. Va a estar libre para mí, porque yo sin él no soy nada y a él sin mí algo le falta.
Así que tipo seis y media me calzo la roja, carnet en el bolsillo, bandera al hombro, y por último, el gorro. Obvio, el de siempre. El de los flecos, ése que no se lava nunca por cábala, el que siempre está colgado en el segundo perchero empezando desde la derecha. El que me hace quedar como un ridículo pero nada me importa, porque con ése siempre ganamos. Que me digan lo que quieran, total no me lo van a hacer sacar nunca, jamás, ni lo sueñen.
Todavía recuerdo como si fuese hoy, aquel día que te despedía con lágrimas en los ojos, dudando de si te iba a volver a ver o no. Preguntándome si estaba bien que te tiraran abajo, que te martillaran, que te golpearan, por más futuro alentador que se viniera. Yo no te quería dejar por nada del mundo. Y menos en manos de personas que no conocía y aún sigo sin conocer. Sin embargo, no me quedaba otra, era aceptar la realidad y ver cómo te hacían pedacitos. Sufrir juntos cada golpe de extraños que te tocó recibir. Y yo, parado justo en la esquina de Alsina y Bochini observando detalladamente cada movimiento violento de los obreros hacia vos, en el fondo hacia mi también, como si se los hiciesen a mi propia familia y yo amenazándolos tan sólo con mi presencia. Qué ingenuo, nada iba a poder hacer. De hecho nada hice, sólo sufrí a tu lado y te acompañé en el dolor, en el sufrimiento. Pero ahora hay que dar vuelta la página, porque es todo alegría. En unas horas voy para allá, a verte con otros ojos, ya que atrás quedaron los llorosos y ahora se encuentran los privilegiados. Privilegiados de ver el estadio más moderno y más lujoso de Sudamérica. Nada más y nada menos... que el de mi amado Independiente.